He aquí un intento entre cuerpos,
una búsqueda entre aguadas,
un deambular entre grises,
un velo inter imagen.
He aquí un roce (un goce) que no se despega de la líbido, que corre el riesgo de padecer prisión y no ver la cárcel, de morir y después estar de pie, de dar un salto formal y expresivo hacia el ejercicio de una semiótica con libertad y soltura en el terreno de lo erótico. Se roza (goza) con una práctica que pretende responder culturalmente a la eliminación de todo tabú en el plano de la composición de la imagen. Pero pretenderse esa libertad y soltura sin que se hayan derribado los muros culturales de la sexualidad heteronormada (con aire acondicionado) es ilusión de adolescente, que con la mano que le queda libre a la hora de la siesta recorre con el ratón ventanas y páginas en el modo incógnito.
No se trata aquí de significar la sexualidad, se alude a la estética de lo erótico, a su ejercicio directo y hedónico, a un erotismo que reclama tópicamente cuerpos y técnicas que sepan abrir las puertas para ir a jugar a los jardines eróticos, en donde la alegría, lo frenético, lo motelero, lo ambiguo y la indefinición, la tristeza, la crudeza, la sencillez y el (h)amor están presentes como frutos para alimentarnos los unas a las otros.
Bienvenidos al Jardín de Eros.





